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En el desorden de mi cuarto

Nunca comprendo realmente muchas de mis decisiones, de mis actitudes y mis actos. Diría que tampoco a la mayoría de mis sentimientos, pero eso no hace falta aclararlo, porque a los sentimientos no los entiende nadie. Entonces, como hay un gran sector nuestro que se torna casi incontrolable, intentamos como podemos controlar lo que hacemos con eso que sentimos, pero yo no puedo, nunca pude, no me sale, no sé hacerlo: Porque primero siento y después hago, y mucho después racionalizo lo que hice, y recién ahí lo pienso, sin lograrlo comprender.

Sé que pareciera que tengo todo bastante ordenado, porque al menos a lo que me sucede le puedo poner palabras. Muchos me dicen que analizo demasiado todo, y es verdad, porque a diferencia del resto le presto atención a mis sentimientos, y a algunos incluso, los logro entender. Pero comprender lo que hago con lo que siento es otra cosa, solo escupo en una hoja todo lo que me está sucediendo en el corazón, y quizás hasta le encuentro un sentido, y me tranquilizo porque no estoy loca y mi dolor o felicidad tienen razones de ser.

Conecto las palabras como puedo y después releyendo esa hoja me ayudo a mi misma a descubrirme y a desenredar la cantidad de pensamientos que tenía en mente, perdidos y sin rumbo. Pero comprender lo que hago con lo que siento sigue siendo otra cosa, comprender tiene que ser algo más.

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Supongo que a veces nuestras acciones son nuestra anestesia, o nuestra droga, o nuestro escape de la realidad, porque hacemos cosas constantemente cuyo único fin es cubrir, tapar el sol con las manos para escapar y correr lejos de lo que sentimos así no tenemos que enfrentarlo, así no tenemos que escucharnos, así no tenemos que preguntarnos los “por qué” que sabemos bien que no nos van a ser fáciles de responder.

Creo que a veces con nuestros actos anestesiamos el dolor que se tornaría insoportable en el silencio, y entonces lo vivimos en el ruido para que no resuene tanto, o usamos nuestros actos como la droga que nos ayuda a escapar de una realidad a la que no queremos hacerle frente. Y a veces es una buena opción: A veces es necesario cubrir, tapar, meter en el armario, porque nos hace creer que encontramos un orden, como ese cajón de nuestra pieza en dónde metemos todo lo que está tirado y nos ahorra tiempo que no queremos invertir en limpiar. Pero por dentro sabemos que el desorden sigue ahí, aunque camuflemos la superficie y decoremos la habitación, por dentro sabemos que hacernos los tontos no es sostenible por demasiado tiempo, y por dentro ese cajón nos atormenta, porque ahí se esconde todo lo que dejamos para sentir más adelante, mientras nuestros actos fingían felicidad y nuestra sonrisa hacía más ruido que nuestra tristeza.

Yo nunca le tuve miedo al dolor, y jamás le huí. Más bien siempre me dediqué a sentirlo, a escribirlo, a intentar desmenuzarlo y dejar que me rompa, por un rato, porque me daba terror volverme adicta al cajón que oculta pero no soluciona, y no quería postergarlo para después como a la alarma que sólo por 10 minutos más de sueño, hace que suframos otra vez el sonido que nos despierta o que nos quedemos dormidos. Yo nunca le tuve miedo al dolor, porque si te pasas la vida mirando para otro lado mientras el caos está acumulando polvo en el cajón, el día que toque ordenar va a ser una tortura, va a llevar más tiempo, y se va a haber acumulado tanto que no se va a saber siquiera por donde empezar.

Pero de vez en cuando me canso de estar mal, de ordenar y ordenar y que lo que doblo y guardo se caiga y desarme, y algunas veces me encuentro haciendo cosas que no se bien por qué hago, pero supongo y deduzco que son para por un ratito cubrir el dolor, meterlo en el cajón y olvidarme, porque tampoco es sano hacer de tu tristeza tu adicción, y tampoco es sano dejar de vivir porque estás organizando tu cuarto.

Yo creo que se necesita un punto medio, como en todo, y que los extremos son dañinos, (cualquier extremo). Yo creo que escapar del sufrimiento, es destructivo y posterga una catástrofe, pero vivir para el sufrimiento, es un vicio que no cura y que destruye. Yo creo que no hay que volver a la tristeza tu sombra pero tampoco tu hogar, y a veces siento que vivo en ella, y a veces hago cosas que mucho no comprendo, pero supongo que son para meter a mi tristeza por un rato en el cajón, lejos de mi vista.

Porque aunque esquivar el dolor todo el día lo engrandece, doy fe de que pensarlo todo el día, lo perpetúa y lo vuelve una costumbre. Y las costumbres son muy difíciles de erradicar, porque las costumbres son tu terreno seguro. Y yo ya no quiero sentirme segura en el dolor.

Créditos: Sol Iannaci – TwitterInstagram