El amor por una pareja generalmente llega la primera vez cuando aún somos jóvenes y nos enamoramos de la esencia de esa persona. Desde el momento en que la miramos, algo en su físico nos dice que es el, el indicado.
Por medio de las charlas conocemos sus sueños, metas, ilusiones, gustos, tristezas, alegrías y llega el primer beso. ¿Quién no lo recuerda? La química que desprende nuestro cuerpo es mágica y de inmediato sabemos que queremos a esa persona para siempre en nuestra vida.
El día que decidimos vivir juntos es siempre memorable y lleno de ilusión. Meses de convivencia que van quedando grabados como el mejor tiempo de nuestra vida.
Y si decidimos tener un hijo, ¡Será la manera de hacer que nuestro amor trascienda!
Ahora el amor ha cambiado, es más profundo porque ese bebé que depende totalmente de nosotros, nos hará ser responsables para siempre de su bienestar.
El amor por el hijo nos llevará a querer darle lo mejor de la vida: Mucho amor, excelente alimentación, juguetes y preparación en buenas escuelas para que sea en un futuro una persona independiente, próspera y feliz.
Y así juntos vamos por la vida disfrutando muchas alegrías y triunfos, cumpliendo las metas que años atrás nos trazamos, pero también habrán momentos de decepción y fracasos.
A todos nos llega la pregunta, ¿Cómo me metí en esto? Tal vez habrá que hacer un gran esfuerzo para salir de esa rutina. Tal vez sacar las viejas fotos, nuestras cartitas de amor, charlar como antes en un café o un bar, practicar nuevas técnicas sexuales aprovechando la tecnología, o tal vez tomar clases de baile o de cocina juntos, etc. Lo importante es regresar a lo que dio sustento a nuestro amor.
Pero sobre todo hay que evitar las infidelidades, pero el amor eterno sí existe.