Me he echado de menos muchísimas veces, tantas que dejé de contarlas cuando comprendí que tal vez fuera así siempre. Me he perdido en miradas ajenas, en abrazos que no abrigaban, en personas que no eran reales, y que sólo aparentaban ser lo que no eran.
Me he lanzado al vacío sin importarme las consecuencias, me daba igual hacerme añicos o acabar entera si era capaz de salvar a quienes quería. Me he fallado constantemente por intentar no fallar al resto y para cuando he querido darme cuenta no quedaba nada de la persona que era antes.
Me he mirado mil veces en el espejo y no he sido capaz de reconocerme en ninguna de ellas. La persona que me miraba desde el otro lado, la que tenía la mirada perdida y los ojos ahogados en tristeza, esa no era yo, al menos no la que siempre había sido. Había cambiado, una parte de mi había muerto y todo por intentar estar a la altura, por querer encajar, por sentirme parte de algo o mejor dicho, de alguien.
Había dejado ser ser, había dejado de brillar como solía hacerlo y ese miedo que tantas veces me ha acompañado, había terminado ganando. Se había salido con la suya y lo peor de todo, yo se lo había permitido al agachar la cabeza ante su mirada y no hacer nada por plantarle cara.
He llorado muchas noches y me he odiado otras tantas, he gritado escribiendo y me he ahogado entre mis propios gritos. He bailado con la soledad y he conversado mil veces con la tristeza y después de todo he comprendido que necesitaba cada una de las cosas por las que he pasado.
Necesitaba la tristeza para darme cuenta de que la vida no está repleta de esa falsa felicidad que tanto se empeñan en vendernos, que a veces tenemos que rompernos para valorarnos enteros. Necesitaba de la soledad para entender que a veces es necesario estar solos con nosotros mismos, que una charla de vez en cuando con nuestro corazón o un viaje por nuestro mundo interior puede ayudarnos a conocernos mejor.
Necesitaba que me apuñalaran para entender que no todo el que dice ser tu amigo, lo es; que no todo el que promete quedarse va a cumplir y que quizá son ellos los que me han perdido a mí y no al revés como tantas veces llegué a creer.
Necesitaba todo lo que me ha pasado para unirlo y convertirme en una mejor versión de mí misma. Y no, claro que no es fácil, es doloroso, complicado y acabas cuestionándote mil cosas, pero cuando por fin logras superar cada una de las sorpresas que has ido recibiendo, te das cuenta que ha merecido la pena.
Nada es fácil, la vida no es fácil pero les prometo que aunque a veces, vivir duela merece la pena seguir adelante.
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