Saltar al contenido

Mi madre tenía razón

¿Recuerdas tu infancia?, ¿recuerdas como todo se sentía tan nuevo en su primera vez, y como querías hacer tantas cosas que parecían tan fascinantes, pero siempre tenías una figura de autoridad que te decía “No, no puedes hacer eso”? Para algunos fue su padre, un tío, un abuelo… para mí fue mi madre.  

Cuando somos niños nos negamos a aceptar un “No” como respuestas. Algunos llevamos nuestros deseos tan al extremo que les es fácil pensar a los demás que hemos sido malcriados. Pero es que no sabemos conformarnos con una negativa. No aún. No queremos.  

Y nada parece mejorar cuando entramos en la adolescencia. Podría decirse que nuestro nivel de rebeldía aumenta aún más. Parece una etapa en donde todo lo que no se debería hacer, fue hecho para nosotros. Desde las cosas más sencillas, hasta las más complejas, si están prohibidas, de cierta manera llamarán nuestra atención.

También te puede interesar: La amistad incondicional existe.  

Pero, ¿te has llegado a preguntar cuántas situaciones nos habríamos ahorrado si tan sólo escucháramos a aquellas figuras de autoridad?, yo si me he preguntado cuántos malos momentos hubiese evitado si le hubiese prestado la atención que merecían las palabras de mi madre. ¡Y de cualquier adulto a mi alrededor! 

Por ejemplo, cuando peleamos con un amigo. Mi madre siempre me decía que lo mejor era hablar las cosas. Que, si estábamos muy enojados, esperáramos que pasara un rato y lo conversáramos. En mi mente, eso no era tan sencillo. Quizá sí, pero yo no lo veía así. 

Cuando comenzamos a salir nuestras madres son los seres que desean aconsejarnos en todo, para ayudarnos a evitar encontrarnos con patanes y caer en sus trampas. Pero, en vez de confiar en ellas, y escucharlas, muchas veces le damos una mayor importancia a personas que tienen nuestra misma edad.  

Cuando conseguimos un trabajo, parecemos hundirnos en las situaciones que en él vivimos. Sin saber que existen personas mayores que cuentan con mucha experiencia en ese tipo de temas que, tan solo con una charla, pueden resolver el problema que nos ha estado atormentando por semanas. ¡La vida realmente es más simple si nos apoyamos! 

Pero, ¿por qué no dejamos que nos apoyen?, ¿acaso creemos que por ser “nuestra vida” somos los únicos que sabremos cómo vivirla?, ¿no queremos dejar que otras personas vean que somos débiles al punto de necesitar ayuda?, ¿o es simplemente nuestro orgullo jugándonos en contra? 

Mi madre, al igual que cualquier otra persona mayor, no quiere entrometerse en mi vida. Eso es algo que me he tenido que repetir por mucho tiempo. Estoy agradecido de tenerla en ella porque, aunque no siempre me gusta admitirlo, mi madre tenía razón en tantas cosas que he dejado de contar.  

Cuando te enojas con alguien que quieres, por más difícil que sea en el momento, algunas veces te tocará bajar la guardia y ceder. Porque realmente no vale la pena perder una amistad, o una relación, por un momento en donde todo se salió de control. ¡Dios mío! 

Mi madre tenía razón cuando me decía que no venimos a este mundo a crear problemas, si no soluciones. Y que, cuando entendiésemos eso, empezaríamos a ver la vida de una manera diferente. Sabríamos que no existe nada que no podamos superar si estamos mentalizados, y programados, de la manera correcta.  

Siempre se tratará de caer para aprender. Pero algunas veces podemos tomar la experiencia de cualquier otra persona y comparar con nuestras situaciones para así darnos cuenta que podemos ahorrarnos muchas circunstancias cuando decimos “Mi mamá tiene razón”, en tiempo presente, y no dejamos que se convierta en una expresión en pasado.

Portada: Leon Biss