
Aunque no seamos conscientes de ellos, desde que estamos en el vientre de nuestras madres ellas se encargan de darnos el amor que necesitamos para crecer. Y nuestros padres se hacen la ilusión de la vida que quieren para nosotros. Aunque, en algunos casos, sea todo un estereotipo.
Y es que parece que, en la sociedad, aún para los bebés, existen cosas que se pueden y no se pueden hacer. Aunque eso realmente no sea un problema, porque no estamos en edad de protestar. Luego de ver nuestros álbumes de recuerdos es que pensamos qué le pasaba por la mente a quien te puso ese vestido de flores tan feo.
Recuerdo que crecer en un hogar con dos hermanos varones, que les gustaba llevar sus aventuras al extremo, fue un poco difícil. Ellos no me hacían nada malo, en lo absoluto, pero era mi madre quien siempre pretendió que fuese muy diferente a ellos.
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Si ellos corrían por la tierra, yo debía caminar por la acera y tener cuidado de no manchar mi vestido. Mientras ellos manejaban carros a batería por la cuadra, yo debía quedarme sentada al lado de mami con mi casa de muñecas. “A salvo”.
Es decir, no era como que me disgustaba jugar de vez en cuando con mis muñecas. Pero dentro de mí estaba creciendo ese deseo de adrenalina que necesitaba ser alimentado, y que me estaban haciendo ignorar porque no sería algo que una niña buena hace.
Cuando tuve la edad suficiente mi madre empezó a buscar actividades para mí, porque es de las que dice que mantener a sus hijos ocupados en mantenerlos sanos. Y no está mal, es decir, aprender nuevas habilidades, desarrollar talentos, empezar desde una edad temprana a trabajar en ti, ¿quién podría odiar eso?
El problema es cuando te inscriben en “ballet” mientras que tú preferirías estar en otro deporte, como el fútbol, o el softbol. Es decir, iba cada domingo a los juegos de mi hermano mayor, ¿cómo era posible no fijarme en los jugadores y querer ser sólo una porrista?
Porque ese es el problema, siempre me gustó más el azul de los uniformes que el rosa de las mayas. Y al parecer mi madre no podía notarlo, o no quería hacerlo. Y yo no sabía bien como decirlo. Pensaba que era normal que las niñas fuésemos a ballet y los niños a cualquier otra actividad que quisiesen.
Ya en la secundaria no podía aguantarlo más. Ya no quería usar las camisas estampadas de flores, no quería seguir usando faldas cortas sólo por “mostrar mis piernas”. O zapatos altos “porque son los que nos hacen ver más coquetas”, supongo que no soy tan femenina en lo absoluto.
En la secundaria tuve más control de mi tiempo, y de las actividades que podía tomar. Entonces decidí que equilibraría quien era realmente, con quien mi madre quería que fuese. Practicaba fútbol femenino de 2 a 4, y asistía a mi práctica de baile de 6 a 8.
Mi madre se volvió loca cuando se enteró que la razón por la cual había bajado el rendimiento en mis ensayos era porque gastaba mi energía en un “deporte para niños”. ¿En serio?, llegó a decirme que, si quería ser un marimacho eso no ocurriría en su casa.
Hoy en día siento que he decepcionado a mi madre, por no ser la chica rosa que quería. Y a mi padre, por haber dañado los sentimientos de mi madre. Por lo menos mis hermanos siguen a mi lado, a pesar que les gane en las partidas.
Portada: Timothy Paul Smith