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Lo que hice por amor

Sí, recibí tu mensaje. Recibí los veintitrés. Y veinticuatro veces pensé en responderte, en un absurdo intento de recriminarte todo lo que creí que hice por vos.

El veinticinco de julio del año pasado invertí todos mis ahorros en viajar a verte a un país desconocido. Te esperé veintiséis minutos en el aeropuerto, y en una llamada de veintisiete segundos, me dijiste en inglés, el idioma que ambos sabíamos, que no llegabas a tiempo para irme a recibir, porque querías ir al gimnasio. Que me pidiera un uber. Y lo pedí.

Viajé veintiocho kilómetros hasta el Airbnb de veintinueve reales por noche que pagué sólo yo. En el que dormiste por una quincena que se sintió como treinta días, porque solo te veía a la noche. El resto del día tenías otras cosas para hacer.

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Treinta y un veces lloré en un solo viaje. En la playa. En el mar. Tomando caipiriña. En el shopping y en la ducha. Para cuando me cansé de llorar empecé a disfrutarlo. Al fin de cuentas era mi viaje. Aunque había descubierto, de la peor forma, que no valías ni treinta y dos pesos. Menos los treinta y tres mil que me costaron los vuelos.

Treinta y cuatro veces casi te pregunto qué te pasaba en los pocos momentos que sí estabas ahí. Treinta y cinco veces me sentí diminuta, difícil de querer. Me mirabas y me traspasabas. ¿Por qué las anteriores veces, los anteriores reencuentros más breves, habías sido tan distinto? ¿Tenías idea lo que ese viaje me había costado?

Treinta y seis veces me eché la culpa. Treinta y siete te culpé.

El avión de vuelta a Argentina despegaba a las seis y treinta y ocho de la mañana. Te pusiste a llorar en el aeropuerto y yo te abracé. Me dijiste que me ibas a extrañar. Tragué saliva para no llorar también, pero de rabia: no eras una buena persona. Tus lágrimas absurdas lo confirmaban. Igual te besé.

Caminé treinta y nueve pasos, entregué mi pasaje, y te quedaste atrás. Y mientras me dirigía hacia mi vuelo sentí que tal vez si te iba a extrañar. Pero no al que habías sido en el viaje. Al que creía que eras antes. Por el que había viajado. El que nunca había estado ahí. El que se parecía al que acababa de llorar como si me quisiera. El que jamás hubiera llorado para retener a la distancia a alguien que sabía que no quería cerca.

Me odié por todo lo que había hecho por vos. Y por medio año soñé con mandarte un mensaje de cuarenta oraciones que describían, con exactitud, todo lo que me doliste.

Recibí tu mensaje anoche. A las ocho y cuarenta y uno. Y justo en ese momento comprendí que ya no tengo nada para decir. Nada para recriminarte ni recriminarme. Ya no te amo. Ya no te odio. Ahora lo entendí: lo que hice no lo hice por vos. Lo hice por amor. Viajé porque creía que te quería. Y porque yo, cuando quiero, desconozco grises. Y me quiero un montón por eso.

Cuarenta y dos días me juré que me habías sacado las ganas de querer.

Al día cuarenta y tres me di cuenta que prefería que solo me arrancaras las ganas de quererte.

Sé que algún día, en algún lugar, de alguna forma, todo lo que di va a volverme. Porque siempre, siempre, me perteneció a mí.

Créditos: Sol Iannaci – TwitterInstagram

Portada: Ethan Sykes