
Al terminar una relación de pareja, el proceso que se vive es equivalente a la muerte de un ser querido: se vive un luto, una pérdida y es muy difícil sobrellevar este dolor.
Lo que hace diferente una ruptura de pareja a la pérdida de un ser querido, es que la muerte es indiscutible, ocurrió y por mucho que duela, uno tiene que aceptarlo, pero con el desenlace de una relación es distinto, ya que uno se aferra a la idea de que, de modificar acciones o circunstancias, la relación no tendría por qué disolverse.
Sin embargo, esta es una idea que en demasiados casos es errónea y sólo nos trae más sufrimiento.
Cuando pasamos por una ruptura, es importante saber que viviremos las siguientes etapas, pero si lo afrontamos, saldremos adelante, habremos crecido y dejaremos de sufrir:
Negación: No lo aceptamos
Culpa/ira: Responsabilizamos a una de las dos personas de que las cosas no hayan funcionado. La culpa se siente cuando nos responsabilizamos nosotros mismos y la ira cuando responsabilizamos a la otra persona. Esta etapa está llena de sufrimiento y resistencia a la idea de tener que dejarlo ir.
Dolor: Es la etapa más difícil, pero es un momento terapéutico, hay que dejar al dolor salir para sentir alivio y transmutarlo en otra cosa. Aquí comienza a haber aceptación.
Aceptación: Aceptas la realidad tal cual es, entiendes que la otra persona ya no está y deja de estar presente la esperanza. En una ruptura de pareja, la esperanza es el factor que hace que persista el sufrimiento.
Salida: Una vez que logras aceptar que esa persona ya no está, existe un crecimiento y aprendizaje, en donde descubres cosas nuevas sobre ti mismo.
Afrontarlo es doloroso, sin embargo recuerda que lo más importante es aferrarte a ti mismo y descubrir todo lo que el dolor pueda enseñarte para volverte más consciente de ti mismo.