Desde que tengo uso de razón nunca he tenido el cuerpo “perfecto”. Mi madre nunca me puso límites respecto a lo que comía cuando no era consciente de los “estándares de belleza”. Por lo que crecer con sobrepeso no me resultó una tarea difícil.
Cuando estamos pequeñas y somos gorditas al parecer no hay ningún tipo de problema, las personas piensan que somos las cosas más tiernas que pueden existir. Pero los prejuicios comienzan a aparecer una vez tenemos la edad suficiente para estudiar. En especial en primaria, cuando ya empieza el bullying.
Y es que, por más que te esfuerces, siempre habrá una persona más atractiva que tú. Pero, el problema a tan corta edad, es que ninguno de nosotros debería preocuparse por algo así. La apariencia, al menos a esa edad, no debería influir en quienes somos para los demás, mucho menos ser un motivo de burla.
Desde muy temprano en mi vida me empezaron a colocar sobrenombres debido a mi peso. Lo que hizo que creciera con mucha inseguridad. Y que tuviese miedo de vestir mi cuerpo de ciertas maneras, o presentarme ante grupos grandes de personas. Pues, a diario, escuchaba al menos un comentario negativo.
Una vez inicié la secundaria quise no ser la misma de siempre, que la historia de burlas y acoso parara. Por lo que decidí hacer ejercicios. Pero la verdad es que el tiempo no me daba para tener una rutina diaria a la que le prestara atención a la perfección.
Mis padres no sólo entendían mi problema, sino que veían la parte de la salud. Y sabían que debía empezar a regular mi peso si no quería sufrir de los problemas típicos de los adultos en edades tempranas. Ya existía riesgo de empezar a padecer diabetes.
Mi mamá no sólo empezó a cocinar más sano, sino que también me pago una suscripción en el gimnasio y a un entrenador personal para empezar a perder peso. Pero, aunque lo intenté con todas mis fuerzas, las tareas, y otras actividades, consumían una gran parte de mi tiempo. Y no estaba tan enfocada.
Por cada kilo que perdía cuando estaba juiciosa en mis sesiones de entrenamiento, ganaba 2 cuando tenía que prestarle menos atención por mis responsabilidades rutinarias. Lo que mi entrenador definía el “efecto rebote”. Y fue cuando lo entendí, si quería perder peso tenía que hacerlo una prioridad en mi vida.
Pero conmigo no bastaba una prioridad temporal, ya que lo que perdía en vacaciones lo ganaba en el nuevo año escolar. Y terminé por aceptar que ser gordita no me hace menos que los demás. Aunque eso no evitaba que las personas siguiesen haciendo comentarios.
Tuve mucha ansiedad cuando el nuevo brote de coronavirus atacó mi país. Ahí mismo el presidente declaró un estado de cuarentena preventiva y aislamiento social que me hacían preguntarme qué haría ahora. Si bien puedo trabajar desde casa, tengo una gran cantidad de tiempo disponible para mí del que no gozaba antes.
Entonces algo hizo clic en mi mente. Tenía la perfecta excusa para encerrarme en mí misma y trabajar cada aspecto que me pareciese que pudiese mejorar. Y así he hecho desde hace tres meses atrás. Para mí el “quédate en casa” ha sido una gran oportunidad para encontrarme a mí misma.
He encontrado fabulosas rutinas en internet que me han ayudado a perder peso de manera constante. Desde que inició la cuarentena he perdido 15 kilos, y contando. Lo que me ha demostrado que, aún en las peores circunstancias, podemos sacar lo mejor de nosotros. Y seguir alcanzando metas.
Portada: Bruno Nascimento