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Resignarse es Odiarse a Uno Mismo

El modo en que nos tratan en la niñez, nos marca para toda la vida. Si somos bebés deseados y amados, esto se traducirá en salud y buen desarrollo. Si somos niños aceptados por nuestros padres, se verá reflejado en nuestra conducta como personas seguras de sí mismas.

Todo lo contrario es un niño que nunca fue deseado y llega a este mundo en un ambiente de negación. De bebé le dirán “Niño llorón, otra vez quieres comer” o “Ya ensuciaste el pañal nuevamente”. Más tarde le dirán “Ya te caíste por tonto” o “Tienes que sacar excelencia en la escuela”. Y esa desaprobación a lo largo de la niñez terminará por doblegar su espíritu haciendo que se resigne a aceptar ese modo de ser tratado.

Y claro, cuando llegue a la adolescencia ese trato seguirá siendo el mismo por parte de sus maestros y compañeros de la escuela porque ese es el patrón que su personalidad indica.

Ya ni hablar de su adolescencia, seguirá en ese camino en el trato con los que le rodean. Seguirá resignándose y se preguntará “¿Por qué yo no soy como los demás? Los que tienen éxito, los que consiguen todo lo que se proponen” y empezará a odiarse por lo que ocurre en su vida.

Los cambios de vida se pueden dar si nos lo proponemos. Empezar a valorarnos a nosotros mismos como personas valiosas es el primer paso. Aceptándonos con nuestras cualidades y nuestros defectos y sobre todo, saber que merecemos ser respetados. Y esto hará que de alguna manera la resignación, causa de ese sentimiento de inconformidad con uno mismo, que se originó en los inicios de la vida quede atrás.

La persona que es deseada, aceptada y amada desde el vientre materno nunca pensará en resignarse a perder algo que quiere, por el contrario, luchará por ello y seguramente lo conseguirá.